Una emergencia que se transformó en otra emergencia

María Eva Pereyra, 64 años

Mi hijo tenía nueve meses y estaba decaído de salud.  Lo llevé al servicio de urgencias del Hospital Félix Bulnes, en Quinta Normal, Santiago.  Quería ir sola para no exponer a mi hija de cuatro años. No me complicaba llevar en brazos al bebé y tomar una micro hasta el recinto, pero me acompañaron mi marido y la niña.

Entré a la consulta con el niño. Mis acompañantes quedaron en una sala de espera, fuera del hospital.

A las 19:35 aprox., el médico de urgencia infantil lo había examinado. Le dio suero y una receta. Me iba a pasar uno de los remedios para ir adelantando el tratamiento de la receta.  Fuimos a otra sala, y me indicó que lo esperara un momento.  Yo tenía a mi bebé semidesnudo en mis brazos, el bolso colgado en mi hombro. Su ropa no era mucha, puesto que era verano. Los papeles y la receta los tenía en mi mano, afirmando al bebé. 

Allí me encontraba, parada en aquel pasillo, no había más gente. La puerta donde entró el médico estaba cerrada cuando empezó el movimiento.  Miré con calma, pues era suave al inicio, solo observaba a mi alrededor. Me puse atenta para saber por cuál pasillo debía regresar a la salida. No recuerdo ver letreros de salida.  En ese instante, siguió muy fuerte el temblor. Yo aferraba a mi bebé. Al médico no lo volví a ver, vi una enfermera gritando “tranquilos” y ella corrió, perdiéndose en un pasillo hacia otras salas donde se oían muchos gritos de personas. Todo era estruendoso.  Avancé rápidamente a la salida, ya divisaba la mampara por donde había entrado.  En el trayecto pude ver a niños que estaban hospitalizados y darme cuenta de sus gritos y terror. Sentí angustia. Faltaba un par de metros para llegar a la mampara, cuando esta se reventó con el terremoto. Todo sucedía rápido. 

Logré salir, y entre la muchedumbre pude ver a mi esposo con nuestra hija en brazos. Ya a su lado, apenas nos podíamos sostener. Girábamos los cuatro abrazados; otras personas caían al piso y los vehículos estacionados saltaban.  En tanto, me daba cuenta cómo se ondulaba la estructura del hospital, como una hoja de papel. Pensé que caería, pero resistió. No así las casas y murallas de adobe. Las tejas saltaban lejos en ese sector de la comuna de Quinta Normal, eran muchas. Todo se convirtió en una enorme polvareda y pesadilla ruidosa.  

Nosotros intactos, pero asustados.  Empezaron a llegar personas muy heridas.  No había en qué regresar a casa, todo era un caos, los vehículos no se detenían. Hasta que al fin un automóvil paró y nos acercó un poco hasta nuestra casa. En el trayecto vimos muchos derrumbes y escombros. En ese momento, agradecí que me hayan acompañado mi esposo y mi hija pequeña. No perdí la serenidad, estar abrazada a mi familia, en un caos horrible, creo me contuvo.

Toneladas de escombros en las calles.  ¡Era tan vulnerable vivir en casas de adobe! Casi 100 personas murieron en la región Metropolitana, y había muchísimos heridos. 

Creo que hoy estamos más preparados. Tenemos mejores edificaciones y protocolos de evacuación para enfrentar otro terremoto.  Aunque estamos más informados y conscientes de una cultura sísmica para actuar con responsabilidad, no siempre es así. Además, actualmente somos, considerablemente, muchos más ciudadanos y vehículos que en 1985. El terremoto de 1985 fue un día domingo. 

Me pregunto, ¿la ciudad estará lista para enfrentar eventualmente uno en hora punta? Pensando, también, en los edificios de gran altura, en los túneles profundos de la red Metro, sabiendo que sucumbe la electricidad, el suministro de agua, los sistemas de comunicación, etc. 

¡Es un gran desafío!